miércoles, 19 de marzo de 2008

Los piratas de Alternativa

Una de piratas

Los filibusteros fueron, durante el siglo XVII, el azote de los mares. Los barcos que realizaban el comercio colonial, sobre todo los españoles, estaban permanentemente amenazados por los piratas que merodeaban a la caza no sólo de las mercancías transportadas sino de las propias naves, cuyos cascarones modificados eran usados para nuevas correrías, una vez lanzados al mar los tripulantes originales. Se trataba, claro está, de hacerse con un botín por medio de la fuerza descarnada, sin atenuantes. De manera análoga, en la política es frecuente la aparición de grupos que pretenden imponer su voluntad por la fuerza, sin respeto alguno por las reglas, a toda costa. De lo que se trata es de ir por el botín, sin escrúpulos ni miramientos. Se supone que la democracia es un mecanismo diseñado precisamente para evitar este tipo de asaltos, pues institucionaliza procedimientos que los competidores se comprometen a respetar y establece un conjunto de sanciones para aquellos que rompan las reglas del juego. Por desgracia, siempre quedan resquicios, incluso en las democracias más desarrolladas, para los comportamientos filibusteros.
El domingo pasado en la ciudad de México, mientras la mayoría de los observadores estaba atenta al desarrollo de la batalla campal por el PRD, una banda de filibusteros, que viene actuando desde hace meses, dio un golpe de gran magnitud. De manera casi inadvertida, pues todos volteaba hacia lo que ocurría entre Encinas y Ortega, la pandilla del corsario Alberto Begné, con sus lugartenientes Jorge Carlos Díaz Cuervo, Miguel González Compeán, Luciano Pascoe y Enrique Pérez Correa, auxiliados por el pequeño grumete Eduardo Pérez Haro, seguidos por una cohorte de sanguinarios a sueldo, decidió el abordaje de la asamblea local de Alternativa Socialdemócrata, como culminación de la serie de ataques emprendidos por todo el país con el objeto de apoderarse de manera exclusiva del partido y echar por la borda a todos aquellos que han defendido el proyecto que durante la campaña electoral de 2006 difundió Patricia Mercado y por el que votó más de un millón de ciudadanos. Ya antes, con las patentes de corso otorgadas por los insignes gobernadores Mario Marín, Fidel Herrera y Ulises Ruiz, los tres de al bella unión, habían demostrado sus habilidades los bucaneros de Begné al utilizar todos los medios a su alcance para hacerse con el partido en otros estados del país. En Oaxaca, por ejemplo, con la connivencia de ese prócer de los derechos humanos, las libertades políticas y civiles que es el preboste local, crearon tal clima de intimidación durante la etapa de afiliación y registro de representantes a la asamblea de la entidad que quienes se identifican con el proyecto original de Alternativa prefirieron no participar para no poner en riesgo la seguridad de quienes se afiliaran sin comulgar con las ruedas de molino de los empleados de Ruiz a los que Begné les entregaría la franquicia a cambio de su apoyo para su reelección como presidente. En Baja California el ataque corsario estuvo al mando de una señora que tomó la asamblea y se dedicó a impedir cualquier tipo de deliberación política y sólo permitió que se votara para, con una mayoría de apenas un voto, quedarse con el Consejo Político completo, lo mismo que con todos los delegados a la asamblea nacional, sin respeto alguno por el más elemental principio de proporcionalidad.
Así habían transcurrido la mayoría de las asambleas estatales, donde una supuesta nueva mayoría iba arrasando con todos aquellos que pretendieran, vaya atrevimiento, llevar a cabo las reuniones de acuerdo a los principios elementales de un partido de ciudadanos, donde se delibera y se toman decisiones informadas y debatidas. La nueva mayoría de Begné, con los métodos de la más rancia cepa del viejo priismo, se dedicó a registrar clientelas y acarrearlas, como soldados de leva, para su abordaje pirata.Con todo, en la mayoría de las entidades los intentos de asalto fracasaron, pues las fuerzas filibusteros resultaban demasiado débiles. Entonces, ahí donde se veían perdidos, los filibusteros boicotearon el proceso y no registraron a sus endebles huestes con la intención de impedir que se reuniera el número de representantes mínimo requerido para la celebración de una asamblea con capacidad de nombrar una dirección estatal. El domingo, sin embargo, dieron su golpe mejor planeado. Se sabían minoría, así que echaron mano de todos su conocimiento. Miguel González Compeán, por ejemplo, es un caso de historiador que se enamora de sus personajes. Cómo no admirar al héroe Gonzalo N. Santos, que en aquella memorable asamblea fundacional del PNR se hizo con la comisión de registro de delegados, abrió paso inmediato a los que votarían por Pascual Ortiz Rubio y fue echando atrás a todo aquel que pudiera votar por Aarón Sáenz, eso sí, con unas buenas metralletas sobre la mesa de registro. Así, dispuesto a emular a su prócer, González diseñó la operación bucanera, de manera que, en connivencia con funcionarios venales de la supuestamente autónoma comisión encargada del proceso interno, registraron de manera privilegiada a los delegados afines, mientras obstaculizaban el de los adversarios. Una vez dentro, al comenzar las votaciones, los escrutadores a su servicio comenzaron a cometer pifias evidentes para favorecer a los leales al ataque pirata, al grado de que resultaban más votos que delegados registrados. Y cuando los ofendidos protestaron por el evidente fraude, las puertas se abrieron para que se consumara el abordaje y el lanzamiento al mar de los delegados incómodos. Una banda de golpeadores a sueldo irrumpió en el salón para echar a golpes todos los partidarios de Patricia Mercado. No respetaron ni mujeres, ni condiciones físicas desventajosas, ni el hecho de que hubiera niños en riesgo dentro del salón. El hotel había sido convertido en una ratonera para consumar el atentado.
En el colmo del cinismo, los filibusteros de Begné publicaron ayer un desplegado donde dicen que los golpeadores fueron llevados por Patricia. No cabe mayor desfachatez, pues de haber sido así, no hubieran sido ellos los que sesionaran tranquilamente una vez eliminados todos aquellos que pretendían debatir y tomar decisiones con base en razones. Los argumentos de la pandilla de Begné son, sin lugar a dudas, contundentes en el sentido literal de la palabra.

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