Octubre 14 de 2015
A lo largo de mi vida he conocidos a dos tipos de mujeres: las que me enseñaron a seguir las reglas y las que me enseñaron a romperlas.
De las primeras, aprendí la disciplina, la sumisión y, la capacidad de evadir una realidad violenta, de la que nunca se habla. De las segundas, aprendí que revelarse ante la injusticia, es mejor que quedarse quieta. Que enfrentar la autoridad impuesta con violencia y cuestionarla, es necesario y que es mejor, transgredir el orden de los estereotipos impuestos por las estructuras patriarcales, que construir un mundo paralelo, lleno de silencio cómplices, aunque los costos sean altos.
Ambos grupos de mujeres, marcaron mi vida. Unas, me ayudaron sin saberlo a identificar la injusticia. Las otras, a enfrentarla.
Vivir desde pequeña en un mundo en el que no era posible tomar decisiones libres y, hasta cortarse el cabello requería el permiso de otros, me permitió identificar enseguida, a las valientes y tenaces, capaces de transformar el mundo. De entrada, el mío…
El feminismo me encontró una mañana, allá, por la colonia Guerrero, en un desayuno convocado por dos feministas, que me dieron sin saberlo el boleto de entrada a un mundo muy parecido al de mis sueños. Ese, en el que es posible tener voz.
Conocí a mujeres inteligentes, autónomas y libres que fueron la clave para cambiar mi vida, mi entorno y mi pronóstico de futuro. A ellas, les dedico este reconocimiento, porque me enseñaron, que en efecto, lo personal es político y que como lo político se nos ha negado, es necesario construir y procesos colectivos, para que otras mujeres aún sin rostro, puedan transformar su vida.
Los movimientos feministas me han permitido, mirarme, mirar a otras y mirarme junto otras. Acompañar, acompañarnos, soñar, sostenernos y sobre todo, atesorar la esperanza de que en nuestras complicidades y estrategias, es posible acceder a la igualdad y la justicia: Mi razón y mi causa.
De todas las mujeres que han pasado por mi vida, he adquirido aprendizajes, unos más significativos que otros, pero al fin todos presentes. Reconocernos entre nosotras, es una estrategia para visibilizar nuestros aportes individuales y colectivos, por eso, para conmemorar el 62 aniversario del voto femenino, es importante recordar la lucha de las mujeres en el mundo para la conquista de nuestros derechos.
El camino ha sido largo. Algunas murieron sin saber lo que se sentía ser sujetas. Ellas sembraron. Nosotras cosechamos. Nos toca honrar su memoria y sembrar para las generaciones futuras, por eso, en este reciento que nos recuerda las barbaridades de la inquisición, cometida contra mujeres transgresoras de su tiempo, hago un llamado a sumar voluntades, pactos y acuerdos para el reconocimiento y acceso pleno a todos nuestros derechos humanos.
Basta de maternidades impuestas. De estereotipos absurdos. De todo tipo de violencia contra nosotras, incluida la política, sexual y económica. Basta de masacras cometidas contra mujeres por razones de género.
En este día en que el Instituto de las Mujeres de la Ciudad de México, me distingue con una de las 17 medallas Omecihuatl que en 2015, entrega igual número de mujeres por sus aportes a los derechos humanos, le doy voz a quienes la han perdido y en su nombre exijo: Justicia!
Las mujeres. Nos queremos vivas.
Muchas Gracias.